domingo, 19 de diciembre de 2010

calificaciones examen 1ra vuelta

Finalmente, jóvenes, las tan cacareadas calificaciones de 1ra vuelta. Después de consultar un par de cosas ya puedo estar seguro de cómo se promedia en esta escuela. Sorpresivamente todos los que hicieron el examen  pasaron. Unos de manera  decorosa, otros de verdadero panzaso -reprobando, incluso. En fin... felices fiestas a todos y espero que el año que viene no pasen por esto. A celebrar, pues -por lo pronto -.-

lunes, 13 de diciembre de 2010

El recuento de los daños...


El siguiente mensaje va tanto para los alumnos del turno matutino como a los del vespertino:

Finalmente el semestre terminó para algunos -los menos. A estos los felicito y les deseo felices fiestas y/o vacaciones. Los demás -los más- deberán verme en -música tétrica- ¡¡¡EL EXAMEN DE PRIMERA VUELTA!!!

Este examen será esté jueves 16 en los horarios dispuestos en el pasillo a un lado de dirección. Los de la mañana lo harán ese día en la mañana y los de la tarde en la tarde. Les recuerdo que la única guía para dicho examen son los 4 exámenes parciales, no preguntaré nada que no esté en ellos. Si necesitan algo de asesoría estaré esta semana de 10 a 1 en mi cubículo. Sin más, les doy las calificaciones finales y les recuerdo que estas mismas están pegadas en las vitrinas junto a dirección y en la ventana de mi cubículo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Apuntes.

Recuerdes que no son todos los apuntes, faltan los de clases anteriores. Suerte.

El cine es un lenguaje
1. ¿PARA QUE SIRVE EL LENGUAJE?
·  Por medio del lenguaje nos ponemos en contacto con el mundo exterior. El lenguaje,
por lo tanto, es un instrumento de conocimiento del mundo, un utensilio muy práctico
que nos ayuda a organizarle, poniendo un nombre a cada cosa: caballo, bosque,
perro, Nueva York, televisión, proyector de cine, tomavistas, etc.
·  Pero el lenguaje es también un instrumento para decir lo que cada uno de nosotros
tiene que decir. Sirve, pues, para comunicarnos con los demás, para transmitir
nuestras ideas. Por eso, el lenguaje, es un medio de comunicación social.
·  Otras veces sirve para sacar lo que llevamos dentro, o, dicho de otra manera, para
manifestar lo que sentimos. Así resulta un medio de expresión, que puede ser tan
personal como el individuo que habla y al hacerlo charla con una entonación muy
suya, emplea unos gestos también muy particulares y escoge las palabras que
quiere, las que sabe o bien las inventa.
2. EL CINE ES UN LENGUAJE:
El cine, como la televisión, es un lenguaje que permite que un hombre nos diga lo que
piensa y siente sobre las cosas y la vida.
3. EL CINE LENGUAJE UNIVERSAL.
Es un lenguaje universal porque el hombre que lo habla puede ser chino, italiano,
americano, español, habitar en África o vivir en Australia. La imagen la entendemos todos y
las palabras se doblan, se traducen al castellano.

LECCIÓN 5
La escritura cinematográfica. Elementos principales y reglas de escritura
Elementos principales y reglas de escritura
El cine es un lenguaje, una escritura en imágenes dinámicas o con movimiento. ¿Cuáles son
los elementos principales de esta esc ritura y cómo se emplean correctamente? Estos son los
puntos que vamos a tratar en esta lección y en las dos siguientes.
1. LA IMAGEN.
Es el primer elemento. Sin imagen no hay cine. El espectáculo cinematográfico no es para
ciegos.
Una imagen es la representación de un objeto de la vida real por medio de una figura. Pero
también podemos representar cosas que no vemos con los ojos físicos, pero sí con los de la
imaginación: la esperanza, la justicia, un ser extraterrestre.
Por lo tanto, la definición de imagen queda así: la representación de un objeto, tanto de la
vida real como de la vida imaginaria, por medio de figuras.
EL AUTOR CINEMATOGRÁFICO ESCRIBE FIGURAS
LECCIÓN 8
El cine como narración
Una película suele ser una novela contada en imágenes dinámicas. Las películas, como las
novelas, cuentan historias.
Un plano cinematográfico equivale a una frase del lenguaje escrito. Por ejemplo a ésta: el
maestro y sus alumnos.
El conjunto de frases, debidamente ordenadas para que tengan sentido, hacen una película.
En los tres párrafos anteriores hay tres ideas fundamentales que vamos a explicarte con
más detalle.
1 . EL TIEMPO EN EL CINE.
La primera idea trata del tiempo. Siempre que se cuenta una historia se está haciendo uso
del tiempo. Una película es una serie de acontecimientos que siguen los unos detrás de los
otros. No importa que haya un solo acontecimiento. En este caso también hay tiempo: el
que tarda en suceder el acontecimiento.
El autor de la película puede hacer con el tiempo de la historia lo que quiera. En cambio no
podemos modificar el tiempo real. Si la historia que se cuenta incluye un período de treinta
años, el autor puede contarlos en noventa minutos. Del mismo modo puede hacer que
media hora real dure hora y media en la pantalla. Se puede adelantar el tiempo futuro y se
puede retroceder, hasta el pasado.
Vamos a ver las principales formas de utilización del tiempo en una historia:
Adecuación.-El tiempo de la historia que se está contando es el mismo que dura la
proyección de la película. La retransmisión televisiva de un partido de fútbol o la película.
Solo ante el peligro, son muestras de adecuación al tiempo real.
Reducción.-Años y meses pueden reducirse a minutos, a horas. Los cuarenta años que los
israelitas estuvieron por el desierto se han reducido en la película Los Diez Mandamientos
a tres horas.
Alargamiento.-En la película Orfeo, el cartero introduce una carta en el buzón, y en el
tiempo en el que la carta se deposita en el fondo se desarrollan quince o veinte minutos de
la acción de la película, en la cual los protagonistas traspasan el muro de los espejos para
volver a la habitación más tarde, justo en el instante en que la carta se deposita en el fondo
del buzón. En un instante han ocurrido muchas, cosas.
Continuidad.-La historia se cuenta de principio a fin y en orden. Ejemplo: primero sucedió
ésto y luego lo otro.
Acciones paralelas.-Alternan, se mezclan en la pantalla dos historias que están,
sucediendo a la vez. Los malos van a matar a la protagonista y el chico viene a salvarla. En
Viaje alucinante hay acciones paralelas: lo que sucede dentro del cuerpo humano y lo que
ocurre fuera.
Futurible.-También hay saltos al futuro. Ejemplo: la película Odisea espacial 2001.
Salto atrás.-Se llama también flash back. La historia, de pronto, nos lleva a conocer un
suceso pasado.
Simultaneidad.-A veces vemos en la misma imagen, y al mismo tiempo, al protagonista en
tiempo presente y cuando era niño viviendo un suceso pasado. El personaje está a la vez en
dos tiempos o momentos de su vida.
3. UNIDADES DE NARRACIÓN.
Vamos con la segunda idea.
En una obra literaria hay frases, párrafos, escenas, capítulos, partes. Al abrir el libro Los
viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, te encuentras que el autor ha planeado la obra así:
Primera parte: Viaje a Liliput. Capítulo I: El autor da breve; referencias sobre su persona y
familia. Sus primeras inclinaciones a viajar. Naufraga y se salva a nado, tomando tierra en
Liliput, donde es hecho prisionero y conducido al interior del país. Capítulo II: El Emperador
de Liliput, con varios nobles, visita al autor. Descripción de la persona y atavío de Su
Majestad. Hombres cultos de Liliput enseñan su lenguaje al autor. Gulliver gánase el favor
general por su afabilidad. Registro de sus bolsillos: le son quitadas su espada y pistolas. Y
de esta forma sigue el resto de la obra.

El cine tiene sus propias unidades de narración. El plano es la primera de ellas.
Hemos dicho que cada plano de una película es una frase.
Un conjunto de planos frases forman una escena, si lo que se cuenta se hace de manera
continua, por ejemplo, una conversación entre dos personajes, o, la escena del robo de un
banco en una película cualquiera. Equivale a la escena de teatro o a la de la vida real. Si
dices a un amigo que has presenciado la siguiente escena: dos chicos se estaban pegando y
pasó esto y lo otro, le habrás narrado una escena.
Varias escenas que forman una unidad, componen una secuencia. Las escenas son distintas
pero todas juntas o debidamente ordenadas tienen un sentido, una unidad. Por ejemplo, la
escena del robo del banco, más la de la persecución por los policías, junto con la de la fuga
de los bandidos, hacen una secuencia.
Hay también acciones alternas. En el ejemplo anterior, la escena de la persecución se
puede contar mezclando los planos de los perseguidores y de los perseguidos y luego otra
vez la de los policías y así sucesivamente.
No hay que confundir las imágenes alternas del párrafo anterior con las imágenes paralelas.
En aquéllas una imagen supone siempre la siguiente. En las imágenes paralelas no hay
ninguna relación entre ellas a simple vista. Imágenes de los ricos y luego imágenes de los
pobres. Es un ejemplo. De la comparación de ambas imágenes nace una idea: el contraste
de das formas de vida. Se pueden comparar también planos del campo y de la ciudad,
imágenes de guerra y de paz.
La escena descriptiva es otra unidad de narración. Se compone de varios planos o frases
que describen un paisaje u otra cosa. Primero el plano general de una casa, luego el
granero, más tarde una cerca para ganado, una arboleda próxima, un hombre trabajando.
Las muestras de escenas descriptivas son infinitas, como puedes suponer.
Ya hemos dicho que un plano equivale a una frase, pero, a veces, un sólo plano, en el que
se mueven los personajes durante cierto tiempo y la cámara les sigue de un lado a otro,
equivale a un párrafo en el lenguaje escrito. A este plano párrafo se le llama en el lenguaje
del cine plano-secuencia.
Resumiendo: Una película se compone de planos, escenas y secuencias. También puede
haber imágenes que alternen o imágenes paralelas, escenas descriptivas y planossecuencias.
Al estudiar una película hay que fijarse en si predominan unas u otras unidades
narrativas. Si hay muchas escenas descriptivas, la película será una película descriptiva. Si
por el contrario se emplean muchas imágenes paralelas, es muy probable que la película sea
una película crítica. Muchos planos-secuencia hacen una película de estilo realista.



Los cortos y Las Batallas.


Recuerden el trato: Para obtener el 40% de la calificación del periodo de diciembre hay que entregar el jueves 9 de diciembre (los de la mañana) y el viernes 10 de diciembre (los de la tarde) en el horario de clase un ensayo o una reseña (con los 5 pasos) de cualquiera de las siguientes obras culturales:


  1. LAS BATALLAS EN EL DESIERTO de José Emilio Pacheco. Se encuentra aquí en formato comprimido (¡sólo 36 hojitas! ¡VIRUS FREE!).
  2. Elegir UN corto entre los siguientes:
No aceptaré trabajos extemporáneos, si no entregan en la fecha acordada prácticamente están firmando su 1ra vuelta. Recuerden que aceptaré cualquier extensión entre 2 a 5 hojas, siempre y cuando lo leído tenga sustancia, oportunidad y buen gusto (mentira, pero entréguenlo lo mejor que puedan).

lunes, 22 de noviembre de 2010

¡A leer!


No olviden que el fin de semestre se aproxima y necesitamos tener hechas las lecturas para YA. ¡Ánimo! -de lo contrario esta no será una "feliz navidad", if you take my meaning.

lunes, 25 de octubre de 2010

Coraline de Neil Gaiman

Bien, jóvenes, la descarga de la novela está aquí. Es una página especializada en hospedaje de archivos -no se preocupen, está libre de virus.

Les dejo también la biografía del autor y algo sobre la novela.

Saludos -¡y pónganse a leer!

d

P.D.: En caso de que su computadora no tenga un decompresor de archivos, recomiendo instalar el winRAR.

lunes, 11 de octubre de 2010

José Emilio Pacheco - El viento distante

En un extremo de la barraca el hombre fuma, mira su rostro en el espejo, el humo al fondo del cristal. La luz se apaga, y él ya no siente el humo y en la tiniebla nada se refleja.
El hombre está cubierto de sudor. La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.
Camina hasta el acuario, enciende un fósforo, lo deja arder y mira lo que yace bajo el agua. Entonces piensa en otros días, en otra noche que se llevó el viento distante, en otro tiempo que los separa y los divide como esa noche los apartan el agua y el dolor, la lenta oscuridad.

Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que subiéramos a algunos aparatos. Al bajar de la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, aún tuve puntería para abatir con diecisiete perdigones once oscilantes figuritas de plomo. Luego enlacé objetos de barro, resistí toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que develaba el porvenir.
Adriana era feliz regresando a una estéril infancia. Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encontramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía:
—Pasen, señores: vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
Entramos en la carpa. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cuerpo de tortuga y su rostro de niña. Sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija.
Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los pies del cazador.
—Es horrible, es infame —dijo Adriana mientras nos alejábamos.
—No es horrible ni infame: el hombre es un ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario, la ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Tan simple como todos los trucos. Si no me crees te invito a conocer el verdadero juego.
Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me pidió que la apartara -y nunca hemos hablado del domingo en la feria.

El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositaria sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato.



México, 1963.

El corazón delator - Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
FIN

lunes, 27 de septiembre de 2010

Calificaciones 1er periodo 5010

Las calificaciones del 1er periodo de la materia de Análisis de textos literarios del grupo 5010 (matutino) son las siguientes.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Charles Bukowski - La venganza de los malditos

 
En aquella pensión de mala muerte los ronquidos, como siempre, eran escandalosos. Tom no podía dormir. Debía de haber 60 camas y todas ellas ocupadas. Los borrachos eran los que más alto roncaban, y la mayoría de los allí reunidos estaban borrachos. Tom se incorporó y observó la luz de la luna que entraba por las ventanas y caía sobre los hombres dormidos. Lió un cigarrillo, lo encendió. Volvió a mirar a los hombres otra vez. Vaya un puñado de tipos horribles inútiles y jodidos. ¿Jodidos? Ésos no jodían nada. Las mujeres no los querían. Nadie los quería. No valían ni un poco, ja, ja, ja. Y él era uno de ésos. Sacó la botella de debajo de la almohada y dio un último trago. Aquella última cosa siempre era triste. Hizo rodar el casco vacío debajo de la cama y observó otra vez a aquellos hombres que roncaban. Ni siquiera valía la pena tirarles una bomba encima.
            Tom miró a su amigo Max, que estaba en el catre contiguo. Max estaba allí tumbado con los ojos abiertos. ¿Estaría muerto?
-¡Eh, Max!
-¿Hmmm?
-No duermes.
-No puedo. ¿Te has dado cuenta? Hay muchos que roncan rítmicamente. ¿Por qué será?
-No lo sé, Max. Hay un montón de cosas que no sé.
-Yo tampoco, Tom. Supongo que soy un poco tonto.
-¿Lo supones? Si supieras que eres tonto, no lo serías.
Max se sentó en el borde de su catre.
-Tom, ¿Crees que alguna vez saldremos de este jaleo?
-Sólo de una forma…
-¿Sí?
-Sí…, fiambres.
Max lió un cigarrillo, lo encendió.
Max se sentía mal, siempre se sentía mal cuando pensaba en cosas. Lo que había que hacer era no pensar, desconectar.
-Oye, Max- Oyó decir a Tom.
-¿Sí?
-He estado pensando…
-Pensar no es bueno…
-Pero esto no puedo dejar de pensarlo.
-¿Te queda algo de beber?
-No. Lo siento. Pero escuchar…
-Mierda, ¡No quiero escuchar!
Max volvió a tumbarse en su catre. Hablar no servía para nada. Era una pérdida de tiempo.
-Te lo voy a decir de todas formas, Max.
-Está bien, joder, venga…
-¿Ves todos esos tipos? Hay un montón, ¿no? Vagabundos por todas partes.
-Ya, los veo hasta en la sopa…
-Por eso, Max, no hago más que pensar cómo podríamos hacer para utilizar esa mano de obra. Es que se está desaprovechando.
-Nadie quiere a esos vagabundos. ¿Qué puedes hacer tú con ellos?
Tom se sintió ligeramente entusiasmado.
-El hecho de que nadie quiera a esos tipos nos da ventaja.
-¿Tu crees?
-Claro. Mira, en las cárceles no lo quieren porque tendrían que darles alojamiento y comida. Y esos vagabundos no tienen ni un sitio adonde ir ni nada que perder.
-¿Y qué?
-He estado pensando mucho por las noches. Por ejemplo, si pudiéramos juntarlos a todos, como ganado, podríamos hacer que arrasaran ciertas cosas. Dominar temporalmente algunas situaciones…
-Estás loco- dijo Max.
Pero se incorporó en su cama.
-Sigue…
Tom se rió.
-Bueno, quizás esté loco, pero no puedo dejar de pensar en esa mano de obra desperdiciada. He estado tumbado aquí durante muchas noches soñando con las cosas que podrían hacerse con ella…
Ahora fue Max quién rió.
-¡Cómo qué, por el amor de Dios!
Nadie se inmutó por aquella conversación. Los ronquidos continuaban a su alrededor.
-Bueno, he estado dándole vueltas a la cabeza. Sí, tal vez sea una locura, pero…
-¿Qué?- preguntó Max.
-No te rías. Quizá el vino me haya destruido el cerebro.
-Intentaré no reírme.
Tom dio una calada a su cigarrillo, luego soltó el humo.
-Bueno, mira, yo tengo esta imagen de todos los vagabundos que podamos encontrar, bajando a pie por Broadway, aquí mismo en Los Ángeles, miles de ellos juntos, andando codo a codo…
-Bueno, ¿y…?
-Bueno, son un montón de tipos. Como una especie de venganza de los malditos. Un desfile de desechos. Es Casi como una película. Puedo ver las cámaras, las luces, el director. La Marcha de loa Fracasados. ¡La Resurrección de los Muertos! ¡Increíbles, hombre, increíble!
-Creo- respondió Max- que deberías dejar el oporto y volver al moscatel.
-¿De veras?
-Sí. Vale. Así que tenemos a todos esos vagabundos atravesando Broadway, digamos que al mediodía, ¿y después, qué?
-Bueno, los dirigimos hacia los almacenes más grandes y mejores de la cuidad…
-¿te refieres a Bowarms?
-Sí, Max. Bowarms tiene de todo: los mejores vinos, la ropa más elegante, relojes, radios, televisores; tu pide, que ellos lo tienen…
Justo entonces un viejo que estaba unos catres más allá se incorporó, abrió los ojos como platos y gritó: <<¡DIOS ES UNA NEGRA LESBIANA DE 180 KILOS!>>
Luego se desmoronó en su catre.
-¿Lo llevamos?- preguntó Max.
-Claro. Es uno de los mejores. ¿Qué cárcel lo querría?
-Vale, entramos a Bowards, y entonces, ¿qué?
-Imagínatelo. Será entrar y salir. Seremos demasiados como para que el servicio de seguridad pueda controlar el asunto. Imagínatelo: entras y coges. Cualquier cosa que se te antoje. Quizá hasta acariciarle el cuerpo a una dependienta. Cualquier parte de ese sueño que ya no tenemos, entras y lo coges, cualquier cosa, y después nos vamos.
-Tom, puede que vuelen muchas cabezas. No va a ser un picnic en el país de las maravillas…
-No, ¡pero tampoco lo es esta vida que llevamos! Esta forma de consentir que nos entierren, para siempre, sin protestar siquiera…
-Tom, chico, creo que no está bien lo que dices. Pero ¿cómo vamos a hacer para organizar este asunto?
-Bien, primero fijamos una fecha y una hora. Entonces, ¿conocemos a una docena de tipos que puedas reclutar?
-Creo que sí.
-Yo también conozco alrededor de una docena.
-Supón que alguien le da el soplo a los polis.
-No es probable. De todas formas, ¿qué podemos perder?
-Es verdad.


Era mediodía.
            Tom y Max iban a la cabeza de todo este grupo. Iban bajando por Broadway, en Los Ángeles. Había más de 50 vagabundos andando alrededor detrás de Tom y Max. Cincuenta vagabundos o más pestañeando asombrados, tambaleándose, no muy seguros de lo que estaba sucediendo. Los ciudadanos corrientes que iban por la calle estaban atónitos. Paraban, se hacían a un lado y observaban. Algunos estaban asustados, otros se reían. A otros les parecía una broma o la filmación de una película. El maquillaje era perfecto: los actores parecían vagabundos. Pero ¿dónde estaban las cámaras?
            Tom y Max dirigían la marcha.
-Oye, Max, yo se lo dije solamente a 8. ¿A cuántos avisaste tú?
-A 9, quizás.
-Me pregunto qué demonios habrá pasado.
-Se lo habrán dicho unos a otros…
            Seguían marchando. Era como un sueño enloquecido que no podía detenerse. En la esquina de la Séptima Avenida el semáforo se puso rojo. Tom y Max se pararon y los vagabundos se apiñaron detrás de ellos, esperando. El olor a ropa interior y calcetines sucios, a alcohol y mal aliento, se extendió por el aire. El dirigible de Goodyear volaba en inútiles círculos por encima de sus cabezas. La contaminación, de un gris azulado, se posaba en la calle.
            Entonces el semáforo se puso verde. Tom y Max siguieron andando. Los vagabundos los siguieron.
-Aunque fui yo quien imaginó esto- dijo Tom-, no puedo creer que esté pasando de verdad.
-Pués está pasando- dijo Max.
Había unos vagabundos detrás de ellos que algunos aún estaban cruzando la calle cuando el semáforo volvió a ponerse rojo.
Pero siguieron cruzando, deteniendo el tráfico, algunos abrazados a sus botellas de vino o bebiendo de ellas. Iban marchando juntos pero no había ninguna canción para aquella marcha. Sólo el silencio, a no ser por el ruido del arrastre de zapatos viejos sobre el pavimento. Sólo de vez en cuando hablaba alguien.
-Eh, ¿adónde coño vamos?
-¡Dame un trago de eso!
-¡Vete al diablo!
El sol pegaba fuerte.
-¿Tú crees que debemos continuar con esto?- preguntó Max.
-Me sentiría bastante mal si ahora nos volviéramos- afirmó Tom.
Entonces llegaron frente a Bowarms.
Tom y Max se detuvieron un momento.
Después empujaron juntos las impresionantes puertas de cristal. El montón de vagabundos entró tas ellos en una fila larga y deshilachada. Avanzaban por los elegantes pasillos. Los dependientes los miraban sin comprender del todo.
El departamento de Caballeros estaba en la primera planta.
-Ahora- dijo Tom- tenemos que dar ejemplo.
-Sí- dijo Max vacilante.
-Huy, huy, huy…
Los vagabundos se habían parado y los miraban. Tom dudó un instante, luego se dirigió a un colgador de abrigos, descolgó el primero, un modelo de cuero amarillo con cuello de piel. Tiró al suelo su abrigo viejo y se deslizó dentro del nuevo. Un dependiente, un hmobrecillo pulcro con bigote bien cuidado, se acercó.
-¿Qué desea señor?
-Me gusta éste y me lo quedo. Cárguelo a mi cuenta.
-¿American Express, señor?
-No, China Express.
-Y yo me llevo ésta- dijo Max, metiéndose dentro de una cazadora de piel de lagarto con bolsillos laterales y una capucha bordeada de piel contra las inclemencias del tiempo.
Tom cogió un sombrero de la estantería, un modelo de cosaco, un poco ridículo, pero con cierto encanto.
-Éste le va bien a mi color de piel; me lo llevo.
Aquello puso a los vagabundos en marcha. Avanzaron y comenzaron a ponerse abrigos y sombreros, bufandas, gabardinas, botas, jerséis, guantes, diferentes accesorios.
-¿Al contado o a plazos, señor?- preguntó una voz asustada.
-Cóbraselo a mi trasero, gilipollas.
O en otro mostrador:
-Creo que ésa es su talla, señor.
-¿Lo puedo cambiar dentro de los primeros 14 días si no estoy conforme?
-Claro, señor.
-Pero puede que dentro de 14 días usted esté muerto.
            Entonces comenzó a sonar una alarma general. Alguien se había dado cuando de que la tienda estaba siendo invadida. Los clientes, que habían estado observando con desconfianza, se apartaron.
            Llegaron tres hombres corriendo, vestidos con unos trajes grises de muy mal corte. Eran hombres voluminosos pero tenían más grasa que músculos. Se abalanzaron sobre los vagabundos para echarles de la tienda. Sólo que había demasiados vagabundos. Y desaparecieron entre aquella muchedumbre. Pero mientras peleaban, maldiciendo y amenazando, uno de los guardias echó mano a la pistola. Hubo un disparo, pero fue un gesto estúpido o inútil, y el tipo se fue rápidamente desarmado.
            De pronto, un vagabundo apareció en la parte superior de las escaleras mecánicas. Tenía la pistola. Estaba borracho. Nunca había tenido una pistola. Pero le gustaba. Apuntó y apretó el gatillo. Le dio a un maniquí. La bala le atravesó el cuello. La cabeza cayó al suelo: la muerte de un esquiador de Aspen.
            La muerte de ese objeto pareció despertar a los vagabundos. Hubo una ruidosa ovación. Se esparcieron escaleras arriba y por toda la tienda. Gritaban incoherentemente. Por un momento toda la frustración y el fracaso desaparecieron. Les brillaban los ojos y sus movimientos eran rápidos y llenos de seguridad. Era una escena curiosa, rara, desagradable.
            Se movían rápidamente de un piso a otro, de una zona a otra. Tom y Max ya no dirigían, eran arrastrados con los demás. Ahora saltaban por encima de los mostradores, rompían cristales. En el mostrador de los cosméticos una jovencita rubia dio un grito a la vez que levantaba los brazos. Eso atrajo la atención fe uno de los vagabundos más jóvenes, que le levantó el vestido y gritó: <<¡HALA!>>
            Otro vagabundo se acercó y agarró a la chica. Entonces vino otro corriendo. Pronto hubo un montón alrededor de ella, arrancándole la ropa. Era muy desagradable. Sin embargo, inspiró a otros vagabundos. Empezaron a correr tras las dependientas.
            Tom buscó un mostrador que todavía estuviera entero, se subió encima y empezó a gritar.
<<¡NO! ¡ESTO NO! ¡PARAD! ¡NO ERA ESTO A LO QUE ME REFERÍA!>>
Max estaba de pie junto a Tom.
-Ah, mierda- dijo en voz baja.
            Los vagabundos no se calmaban. Arrancaban cortinas, volcaban las mesas. Continuaban destrozando los mostradores de cristal. También había un gran griterío.
            Algo se rompió con enorme estruendo.
            Después se inició un fuego, pero aquellos hombres seguían con el saqueo.
            Tom se bajó del mostrador. Todo aquel episodio no había durado más de cinco minutos. Miró a Max.
-¡Vámonos cagando leches!
            Otro sueño que se había ido a la mierda, otro perro muerto en la carretera, más pesadillas de miseria.
            Tom empezó a correr y Max le siguió. Bajaron por las escaleras mecánicas. Mientras bajaban, la policía subía corriendo por la escalera contigua. Tom y Max seguían llevando sus abrigos nuevos. Si no hubiese sido por sus rostros colorados y sin afeitar, su aspecto habría sido casi respetable. En la primera planta se mezclaron con el gentío. Había policías en las puertas. Dejaban salir a la gente, pero no dejaban entrar a nadie.
            Tom había robado un puñado de puros. Le dio uno a Max.
-Toma, enciéndelo. Trata de parecer respetable.
Tom encendió uno para él.
-Ahora vamos a ver si logramos salir de aquí.
-¿Crees que podremos engañarles, Tom?
-No sé. Intenta parecer un corredor de bolsa o un médico…
-¿Qué aspecto tienen?
-Satisfecho y estúpido.
            Fueron hacia la salida. No hubo problemas. Fueron conducidos hacia el exterior con otros. Oyeron disparos dentro del edificio. Miraron hacia arriba. Se veían llamas en una de las ventanas superiores. En seguida oyeron acercarse las sirenas de los bomberos.
            Giraron hacia el sur y regresaron a los barrios bajos.


            Esa noche eran dos vagabundos mejor vestidos de aquella pensión de mala muerte. Max había robado incluso un reloj. Sus manecillas brillaban en la oscuridad. La noche acababa de empezar. Se tumbaron en sus catres mientras comenzaban los ronquidos.
            La pensión estaba de nuevo repleta, a pesar de los arrestos en masa de aquella tarde. Siempre había suficientes vagabundos para llenar cualquier vacante.
            Tom sacó dos puros, le pasó uno a Max. Los encendieron y fumaron en silencio durante un rato. Pasaron unos minutos, habló Tom.
-Eh, Max…
-¿Si?
-Yo no quería que fuese de esa forma.
-Ya lo sé. No te preocupes.
            Los ronquidos iban subiendo gradualmente de volumen. Tom sacó una botella de vino sin abrir de debajo de su almohada. La destapó, echó un trago.
-¿Max?
-¿Si?
-¿Un trago?
-Claro.
Tom pasó la botella. Max echó un trago y se la devolvió.
-Gracias.
Tom deslizó la botella debajo de su almohada.
Era moscatel.